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Entrevista Liliana Patarroyo

Profesora Clínica
Especialista en Psiquiatría y Salud Mental

¿Cómo fue la llegada a esta ciudad?
Soy de Ibagué, me vine desde el 2010 para hacer la residencia, el plan era volver y me quedé. La adaptada es complicada, porque Ibagué es un pueblo grande, el clima, la gente es muy amable, abrazadora y aquí un poco complejo, pero como estaba con la idea de que estoy tres años y luego me devuelvo pues fue como bien la navegada, aterricé una familia lejana genéticamente pero cercana afectivamente. Estuve contenida el primer año, luego me fui a vivir sola empecé a trabajar como hospitalaria en el Hospital Simón Bolívar y me fui organizando al punto de que terminé y tenía que decidir qué hacer y un profe, gran mentor me dió trabajo y me quedé. Voy a Ibagué ahora y me parece delicioso pero luego ya pienso, esta gente está muy despaciosa. 

¿Quiénes han sido tus grandes mentores?
Yo tengo dos mentores fundamentales en psiquiatría, uno de ellos es Rodrigo Córdoba. Una anécdota es que todo el mundo le tenía miedo y todo el mundo decía: es que es muy bueno pero si uno la cae mal, pues mal. Cuando nos tocó el primer seminario con el que éramos muy chiquitos yo estaba cantando una canción de Silvio Rodríguez (yo soy de universidad pública de pregrado) y yo estaba cantando el coro “compañeros poetas tomando en cuenta” y en ese momento él entró y complementó el coro y desde ahí hicimos match. Desde ahí siempre guiándome y organizándome. Yo tengo un enfoque de la psiquiatría muy biológico y entonces en la residencia mis profes no tan biológicos sino muy de psicoanálisis guardaban cierto recelo conmigo, que porque no estudiaba neurología que reduccionista, pero Córdoba me defendía a capa y espada. Ya cuando terminé me dió trabajo en un centro de investigación con estudios clínicos; luego me ofrecieron un trabajo mejor remunerado, lo hablé con él y me fui. Hoy todavía tenemos una relación cercana.
La otra persona es Marcela Álzate, psiquiatra y me adoptó, fue como mi mamá acá. Yo estaba en una cohorte con personas ya más grandes, yo era la más pequeña y todavía inmadura, ella me contuvo mucho, se volvió un rol model para mí y cuando me involucró en los trabajos de investigación me decía, vas a tener que hacer epidemiología. Cuando terminé finalmente estudié epidemiología y ella me enseño mucho en investigación clínica pero muchas cosas del ser de un médico y sobre todo de un psiquiatra. Somos muy amigas todavía, incluso tomando tinto en esta cuarentena.

Del trabajo con el Dr. Córdoba en investigación, qué proyectos manejaron en ese entonces?
Él estaba haciendo una fase 3 de un medicamento Lurasidona, antipsicótico de segunda generación, que al final el INVIMA no dejó entrar; estaba haciendo un estudio muy bonito, un brazo cualitativo de un estudio sobre artritis reumatoidea. Teníamos otro que era para pacientes esquizofrénicos, hacer un registro sobre medicamentos en pacientes sin cobertura. Yo no viajé porque estuve muy poco tiempo con ellos, pero llegaban pacientes del área rural. Alguno viajó, como a Pacho, donde se buscaba pacientes en registro y del voz a voz.

Te decidiste por la Psiquiatría desde el inicio?
No, cuando yo estudiaba medicina todo me parecía fantástico. Si estaba en pediatría, los niños son lo máximo, si llegaba a obstetricia entonces, no esto es lo máximo, pasaba por medicina interna y me creía doctor House. Yo me la gocé toda. Cuando ya llegué al internado, en la Fundación Santa Fe de Bogotá, venía de hospital de pueblo a un internado donde estaban por encima de mí mucho otros, y era un sitio donde se hacían las cosas como decía el libro. Así que yo cambié el concepto y pensé en ser neuro radióloga o psiquiatra. Tenía que descartar pediatría y hemato oncología pediátrica. Así que convencí al director del internado que era Roosevelt Fajardo que me dejara ese salpicón de internado, me dejó. Finalmente dije radiología o psiquiatría. Salí al rural, trabajé como médico general en urgencias y en un cargo  administrativo en la Universidad del Tolima. En algún momento tuve vacaciones de mi trabajo del área asistencial y estaba sola en el área administrativa y no hablaba con nadie, no había paciente y eso fue lo que me decidí porque si me voy a Radiología con quién hablo? Y me presenté a Psiquiatría y ya. Si tuviera que volver a escoger escogería psiquiatría.

¿En tu área, cuáles son las barreras en este país para ejercer como psiquiatra?
Creo que dos cosas que son el pilar de las barreras: uno es el estigma que no es solo de los pacientes sino de todas las personas que trabajamos en salud mental. Esto va desde el psiquiatra top, pero empieza desde la señora de servicios generales que ayuda en la Clínica de la Paz, cualquiera de los que trabajan en salud mental. La segunda es el acceso en el país, si bien la cobertura no es tan mala, el acceso a tener una cota con un profesional de salud mental idóneo es complicado. Respecto al estigma, es muy difícil, tengo que decirlo, pero si yo voy a mis profes de mi internado, he escuchado comentarios como “se quedó siendo psiquiatra, no pero yo la veía muy pila como para que se desperdiciara en eso” o comentarios con los pacientes de “le voy a mandar a la policía mental” es decir interconsulta con psiquiatría. En el Hospital hay un cambio de conciencia, entonces tenemos las clínicas especializadas como la unidad de quemados con el Dr. Gustavo Perdomo, de obesidad, de cuidado paliativo, de neoplasias del peritoneo, todos quieren tener un psiquiatra, entonces hemos abierto un espacio importante. Ahora el estigma hacia los pacientes hace que muchos no consulten o lo hagan muy tarde y eso también limita la práctica porque complica el manejo y el pronóstico de la enfermedad.

¿Qué te gusta hacer en tus tiempos libres?
De todo, hago ejercicio juiciosamente, salgo a correr ahora, hago rutina en casa día de por medio. Me gusta cocinar compre un horno y estoy dedicada a hornear cosas para mis amigos, me gusta mucho el café y todo lo que tiene que ver, hice un diplomado en barismo. Mi familia sabe y me manda cosas y libras de café.
Tengo el hábito, encuentras libros en mi casa. La palabra japonesa Tsundoku, significa el arte de acumular libros sin leer. Me cuesta ver televisión o series, tengo que estar acompañada como para quedarme viéndolo. Tengo un libro que es de filosofía que se llama “El Milagro de Spinoza” uno de los biógrafos de Baruch Spinoza, llegué así como por las ramas, como cuando hace búsqueda de artículos y dice esto me puede servir. Hay un neurocientífico que escribió un libro que se llama en búsqueda de Spinoza, creando significado de la existencia y habla del Dios de Spinoza. Traté de leer entonces a Baruch, pero no entendí nada. Un colega que en psiquiatra y filósofo me lo recomendó. Tengo otro que me regaló mi mejor amigo, un libro raro que yo creo que no tengo todavía la capacidad intelectual y emocional de digerir; un psiquiatra hace unos años que escribió “Muchas vidas muchos sabios” pues esta es como la segunda parte, se llama “Muchos cuerpos una misma alma”.
Música de todo, mis vecinos no deben tener claro quién soy, tan tropicales como reguetón no siento que sea para escuchar sino cuando está bailando. Un descubrimiento reciente es la ópera, sentarme a escucharla y leer y otro es el de los pianistas, como Philip Glass.

¿Cuál es el trabajo que más te retribuye de corazón?
Yo ya llevó cuatro años voy para cinco pero no sería buen clínico sino no fuera buen docente y no sería buen docente si no pudiera decirle las pequeñas cosas. Esos jóvenes que se me han pegado y que son como hijos, hacen residencia de psiquiatría y es lo más gratificante para uno.

¿Cuáles crees que deberían ser los cambios de la facultad de medicina en conjunto con el trabajo de la Fundación Santa Fe de Bogotá para que funcione mejor?
Yo creo que incluir a los jóvenes, que se sientan más empoderados en el hospital, que depende de nosotros como docentes y del área de educación en la Fundación Santa Fe. Nada más empoderador que sentirse necesitado, que no se sientan como hoy no voy no pasa nada en mi servicio, no pasa nada. La gente de la Fundación Santa Fe que no está vinculada a la Universidad de los Andes debe introyectar que así no sea docente de la universidad, trabaja en el hospital universitario y por ende puede también enseñarle algo a esa persona. También que los docentes que no están en la Fundación Santa Fe, son percibidos como los que son de la Universidad de los Andes y los otros no, a mí no me pasa porque hago parte del Comité de Posgrados y del servicio de Psiquiatría.

¡Gracias por tu tiempo!

Contacto: el.patarroyo@uniandes.edu.co